jueves, 20 de julio de 2017

ADANISMO, UNIVERSIDAD Y EMPLEO




El adanismo, además de una secta que supone que el matrimonio es consecuencia del pecado original y por tanto propone el libre fornicio y el adulterio como labor obligada de sus acólitos, es el hábito de comenzar una actividad como si nadie la hubiera ejercido anteriormente, como si todo estuviese por descubrir, por explorar, como si nadie lo hubiera hecho antes. El adanista es aquel que pretende descubrir la pólvora con cada actividad que emprende.

El adanismo es común en nuestra sociedad, y por tanto también en la Universidad. No es raro encontrarse con profesores capaces de abordar temas muy dispares de conocimiento como si fuesen los mayores expertos en el tema. Así lo parecen a ojos de legos a los cuales pueden asombrar con sus conocimientos, pero son rápidamente descubiertos en foros especializados, si es que comenten el error de acudir a ellos. El problema del adanismo es que  obedece a una interpretación errónea de la realidad, y por eso es frecuente ver al supuesto Adán en pelotas cuando choca con ella. 

Por poner ejemplos de mi campo, una persona no puede ser a la vez experto en cambio climático, vegetación terrestre, contaminación del aire, ecología del suelo, contaminación de aguas, depuración, etc. la diversidad de temas es tan grande y los conocimientos de cada uno tan enormes que cualquiera que pretenda declararse experto no podrá más que arañar superficialmente sus contenidos.

El problema del adanismo es que el adanista universitario puede parecer un experto ante la sociedad, y a través de este proceso de reconocimiento social, el adanista se convierte en un reconocido investigador a ojos sociales, y por tanto un elemento de referencia para el lego ante cualquiera de los aspectos que dicho sujeto haya abordado. La consecuencia de su adanismo es que, aunque no sea reconocido en los círculos científicos, ni consiga proyectos científicos o técnicos, ni sea un reconocido especialista en su campo, podrá medrar y aumentar su fama de “experto”, muchas veces a costa de sus contactos. Al cabo de los años, el adanista, que pasa con superficialidad por numerosos temas por mero afán de coleccionismo, sin que haya una producción cualitativamente acorde a dichas posibilidades, tiene más fondos y personal que muchos de sus colegas dedicados a especializarse  y a contribuir significativamente al conocimiento. Las administraciones y los políticos, en su necesidad de asesoramiento rápido y urgente, cometen el frecuente error de recurrir al adanista, a menudo mucho más popular, que al verdadero experto. Las consecuencias de este comportamiento suelen ser nefastas, ya que las soluciones que el adanista propone tienen el riesgo de ser anticuadas o inadecuadas.

Nuestra sociedad tiende a valorar más el conocimiento enciclopédico que el especializado, pero sin embargo es este el que hace avanzar a la ciencia y su repercusión sobre la sociedad. No obstante, el adanista puede a veces cumplir con un papel que el especialista tiende a descuidar, la divulgación del conocimiento a la sociedad, aunque con claro riesgo de cometer errores.

Relación entre la necesidad de hablar sobre un asunto y el grado de conocimiento sobre ese asunto. El adanista está en el pico inicial

El problema del adanismo en la Universidad es que con dicha actitud la Universidad compite directamente con sus licenciados. Un profesor-adanista en el campo medioambiental, por citar el que conozco, puede tener el mismo nivel de conocimiento que muchas de las empresas que trabajan en dicho campo, cuyos técnicos y licenciados han sido formados en la propia universidad. Si la Universidad interfiere en los campos en los que no puede aportar una excelencia científica o técnica, las empresas no podrán competir con ella. Tomando como ejemplo mi campo de conocimiento, no podremos quejarnos de que no haya suficientes empresas medioambientales en León y por tanto más trabajo para dichos licenciados, si una de las razones es que es la Universidad la que compite con ellas en aquellos campos en los que su participación no supone una clara necesidad de especialización técnica o nivel científico. En una ciudad como León, un adanista con suficiente influencia política y buenas relaciones con la administración estará contribuyendo mucho más al empobrecimiento de la ciudad que al avance que teóricamente supone su influencia. En vez de utilizarla desviando hacia sus compañeros especialistas o a las empresas los trabajos que le proponen, con una actitud centrífuga de su influencia, su actitud tiende a ser centrípeta, utilizando recursos públicos para un fin propio: seguir manteniendo y ampliando su área de influencia.

¿De que le sirve a una Universidad preparar buenos técnicos y licenciados si después ésta compite con ellos por el trabajo, obligándoles a buscar trabajo fuera de su influencia? Si ante la petición de restauración de un humedal por una administración, por poner ejemplos de mi campo, no participan los especialistas apropiados, lo que se está haciendo es quitarle trabajo a las empresas que trabajan en dicho sector, formadas y creadas en muchas ocasiones por sus mismos licenciados. La Universidad justifica su participación en dichas actividades por que existen especialistas que aportan elementos de interés de los que una empresa no dispone, en caso contrario, la Universidad compite con la empresa. El profesor adanista se convierte en un vampiro laboral  de sus propios licenciados y la Universidad en el refugio de los hematófagos que sangran las expectativas laborables de los que ha formado.


El adanista suele ser en el fondo un narcisita patológico que necesita ser el más admirado, poderoso o deseado, su personalidad guarda la inmadurez del niño incansable de coleccionar juguetes que desprecia tan pronto los consigue. El adanista, como narcisista, puede ser seductor y manipulador y no dudará en eliminar de su influencia aquellos que puedan ensombrecerle. La Universidad está para complacerle, para ser el medio por el cual materialice sus necesidades narcisistas. En este sentido el adanista es una desviación de una de las características que más abundan en la personalidad del profesor universitario, la necesidad de reconocimiento social, de alimentar la vanidad. Se de lo que hablo.