El humedal llamado "Laguna grande" en Bercianos del Real Camino (León)
Para gente de
cierta edad un humedal todavía se asocia a una connotación negativa: agua
estancada, humedad, mosquitos, fango, visión no exenta de motivos ya que el
paludismo fue endémico en España hasta principios del siglo XX, siendo
oficialmente erradicado en los 60. Pero este miedo secular, que desarrolló
leyes favoreciendo la desecación de miles de hectáreas, no ha quedado tan atrás,
ni en la sociedad, ni en las mentes de algunos “expertos” o de un buen sector
de la administración ambiental, lo que ha favorecido una “sequía” en la gestión
de los humedales o un sangrante desinterés científico por los pocos que quedan.
Mientras que el
ornitocentrismo ha salvado a muchos humedales de su extinción gracias a la
suerte de albergar algún ave protegida, los que no tenían esa dicha se veían
con el futuro muy negro, hasta que llegó la Directiva Marco
del Agua. Esta Directiva supuso un cambio abismal en la gestión del agua en España,
de repente aparece una legislación que pretende algo hasta entonces
inconcebible, mantener una buena calidad ecológica en los ecosistemas
acuáticos. No solo hay que hacer los tradicionales análisis químicos, ahora hay
que saber si la cantidad y variedad de seres vivos que habitan en cualquier
río, lago, estuario o zona costera es la que realmente debe haber. Labor
difícil, no tanto en el caso de los ríos porque siempre han estado manejados
por el hombre, pero muy complicada para los lagos y humedales, donde el
conocimiento sobre ellos es muy escaso. Pero esta Directiva, redactada por
expertos de la “Europa húmeda” y por tanto sin tener en cuenta a la Europa mediterránea, fue
escandalosamente manipulada en su aplicación a nuestros lagos y humedales por la Dirección General
de Aguas (con la complacencia de muchos expertos, todo hay que decirlo), por la única razón de que tuviese el menor
coste de recursos y personal para las arcas del Estado viendo las que se les
venía encima. Mientras los ríos se estudiaban y caracterizaban al detalle, los
lagos y humedales se ignoraron, a menos que tuviesen la suerte de parecerse a
los de la Europa
húmeda.
La administración ha priorizado a los embalses en la aplicación de la Directiva Marco del Agua, en detrimento de los humedales (www.chd.es)
Nuestros
humedales son pequeños, aislados de otros, altamente fluctuantes (la mayoría son
temporales) y con un funcionamiento distinto que hace de los humedales
Mediterráneos diferentes de los del resto de Europa. La posición de nuestra administración
ambiental frente a Bruselas, fue que, en
vez de luchar y enorgullecerse de sus lagos y humedales y adaptar la Directiva a estas
peculiaridades (como otros países hicieron), los despreciaron como si fueran de
tercera, prefiriendo gestionar los embalses, o solo aquellos que se pareciesen
a la “postal Suiza” del lago. Esta
visión va cambiando, pero no a la misma velocidad a la que las zonas húmedas
van deteriorándose.
Aún falta
entender que no sólo hay que conservar cierto humedal, sino que, bajo las
condiciones del Mediterráneo, es necesaria la conservación de todos los escasos
humedales que quedan. La razón no es romanticismo o ambición ecologista.
Simplemente quedan muy pocos en nuestro país, y por otro lado los cambios
climatológicos acentúan la temporalidad
y por tanto la desaparición de los que hasta hace poco eran permanentes.
Sabemos que los humedales que resisten la desecación sirven de fuente de
dispersión de especies para los que recuperan el agua después de la sequía,
permitiendo que se recolonicen, y que la supervivencia de muchos organismos
depende de la existencia de esta red de humedales en los que se alterna la
extinción y la recolonización de las especies. Los humedales son como nuestras
pequeñas selvas tropicales en las que el grado de conocimiento de su composición
y funcionamiento es aún poco conocido.
El bosque de ribera es un humedal con importantes funciones (control de avenidas, descontaminación, etc.)
Pero dejando aparte la conservación de especies, algo que algunos
tacharán de poco práctico pese a que muchas de utilidad viven en los mismos,
¿por qué otras razones debemos conservar los humedales, incluso recuperar los
perdidos o crear otros nuevos? Desde hace años se sabe que los humedales actúan
como “riñones” de los ecosistemas. Los ríos que han conservado sus ecosistemas
de ribera tienen mucha menor concentración de fertilizantes y pesticidas que
los que carecen de ellos.
La excelente capacidad de depuración de los humedales
ha llevado a desarrollar tecnologías específicas para el tratamiento de aguas
residuales o de zonas contaminadas por metales pesados u otros compuestos
tóxicos. Algunos países aconsejan la construcción de humedales dentro de cauces
en zonas de alta carga ganadera o agrícola, y la aplicación de humedales para
el tratamiento de la escorrentía de lluvia es algo común en otros.
Humedal construido para el tratamiento de las aguas residuales de Bustillo de Cea (León)
Las últimas
catástrofes naturales consecuencia del tsunami del Indico o del huracán de
Florida evidenciaron que mientras que el humedal costero protegió del tsunami a
los habitantes de las zonas que aún lo conservaban, la destrucción de los
mismos para el cultivo o la acuicultura dejó de tener un balance económico
positivo cuando se perdieron miles de vidas por la ausencia de dicha
protección.
Los manglares, humedales costeros, protegen las costas de la destrucción frente a los tsunamis.(www.fao.org)
La conservación de los humedales es por tanto la visión egoísta de quienes piensan que la conservación y el uso razonable de las especies y de los ecosistemas es la mejor forma de asegurar nuestra propia conservación. Si una vez al año podemos recordarlo, daño por lo menos no hará
*Artículo modificado del publicado en el Diario de León
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