El adanismo, además de una secta que supone que el
matrimonio es consecuencia del pecado original y por tanto propone el libre
fornicio y el adulterio como labor obligada de sus acólitos, es el hábito de
comenzar una actividad como si nadie la hubiera ejercido anteriormente, como si
todo estuviese por descubrir, por explorar, como si nadie lo hubiera hecho antes.
El adanista es aquel que pretende descubrir la pólvora con cada actividad que
emprende.
El adanismo es común en nuestra sociedad, y por tanto
también en la Universidad. No
es raro encontrarse con profesores capaces de abordar temas muy dispares de
conocimiento como si fuesen los mayores expertos en el tema. Así lo parecen a
ojos de legos a los cuales pueden asombrar con sus conocimientos, pero son
rápidamente descubiertos en foros especializados, si es que comenten el error
de acudir a ellos. El problema del adanismo es que obedece a una interpretación errónea de la
realidad, y por eso es frecuente ver al supuesto Adán en pelotas cuando choca con
ella.
Por poner ejemplos de mi campo, una persona no puede ser a
la vez experto en cambio climático, vegetación terrestre, contaminación del
aire, ecología del suelo, contaminación de aguas, depuración, etc. la diversidad
de temas es tan grande y los conocimientos de cada uno tan enormes que cualquiera
que pretenda declararse experto no podrá más que arañar superficialmente sus
contenidos.
El problema del adanismo es que el adanista universitario puede
parecer un experto ante la sociedad, y a través de este proceso de
reconocimiento social, el adanista se convierte en un reconocido investigador a
ojos sociales, y por tanto un elemento de referencia para el lego ante
cualquiera de los aspectos que dicho sujeto haya abordado. La consecuencia de
su adanismo es que, aunque no sea reconocido en los círculos
científicos, ni consiga proyectos científicos o técnicos, ni sea un reconocido especialista
en su campo, podrá medrar y aumentar su fama de “experto”, muchas veces a costa
de sus contactos. Al cabo de los años,
el adanista, que pasa con superficialidad por numerosos temas por mero afán de
coleccionismo, sin que haya una producción cualitativamente acorde a dichas
posibilidades, tiene más fondos y personal que muchos de sus colegas dedicados
a especializarse y a contribuir significativamente
al conocimiento. Las administraciones y los políticos, en su necesidad de
asesoramiento rápido y urgente, cometen el frecuente error de recurrir al
adanista, a menudo mucho más popular, que al verdadero experto. Las consecuencias
de este comportamiento suelen ser nefastas, ya que las soluciones que el adanista
propone tienen el riesgo de ser anticuadas o inadecuadas.
Nuestra sociedad tiende a valorar más el conocimiento
enciclopédico que el especializado, pero sin embargo es este el que hace
avanzar a la ciencia y su repercusión sobre la sociedad. No obstante, el adanista puede a
veces cumplir con un papel que el especialista tiende a descuidar, la
divulgación del conocimiento a la sociedad, aunque con claro riesgo de cometer
errores.
Relación entre la necesidad de hablar sobre un asunto y el grado de conocimiento sobre ese asunto. El adanista está en el pico inicial |
El problema del adanismo en la Universidad es que con
dicha actitud la
Universidad compite directamente con sus licenciados. Un
profesor-adanista en el campo medioambiental, por citar el que conozco, puede
tener el mismo nivel de conocimiento que muchas de las empresas que trabajan en
dicho campo, cuyos técnicos y licenciados han sido formados en la propia
universidad. Si la
Universidad interfiere en los campos en los que no puede
aportar una excelencia científica o técnica, las empresas no podrán competir
con ella. Tomando como ejemplo mi campo de conocimiento, no podremos quejarnos
de que no haya suficientes empresas medioambientales en León y por tanto más
trabajo para dichos licenciados, si una de las razones es que es la Universidad la que
compite con ellas en aquellos campos en los que su participación no supone una
clara necesidad de especialización técnica o nivel científico. En una ciudad
como León, un adanista con suficiente influencia política y buenas relaciones
con la administración estará contribuyendo mucho más al empobrecimiento de la
ciudad que al avance que teóricamente supone su influencia. En vez de utilizarla
desviando hacia sus compañeros especialistas o a las empresas los trabajos
que le proponen, con una actitud centrífuga de su influencia, su actitud tiende
a ser centrípeta, utilizando recursos públicos para un fin propio: seguir
manteniendo y ampliando su área de influencia.
¿De que le sirve a una Universidad preparar buenos técnicos
y licenciados si después ésta compite con ellos por el trabajo, obligándoles a
buscar trabajo fuera de su influencia? Si ante la petición de restauración de
un humedal por una administración, por poner ejemplos de mi campo, no
participan los especialistas apropiados, lo que se está haciendo es quitarle
trabajo a las empresas que trabajan en dicho sector, formadas y creadas en
muchas ocasiones por sus mismos licenciados. La Universidad justifica
su participación en dichas actividades por que existen especialistas que
aportan elementos de interés de los que una empresa no dispone, en caso
contrario, la Universidad
compite con la empresa. El profesor adanista se convierte en un vampiro
laboral de sus propios licenciados y la Universidad en el
refugio de los hematófagos que sangran las expectativas laborables de los que
ha formado.
El adanista suele ser en el fondo un narcisita patológico que
necesita ser el más admirado, poderoso o deseado, su personalidad guarda la inmadurez del niño incansable de coleccionar juguetes que desprecia
tan pronto los consigue. El adanista, como narcisista, puede ser seductor y
manipulador y no dudará en eliminar de su influencia aquellos que puedan
ensombrecerle. La Universidad está para complacerle, para ser el medio por el cual materialice sus necesidades narcisistas. En este sentido el adanista es una
desviación de una de las características que más abundan en la personalidad del
profesor universitario, la necesidad de reconocimiento social, de alimentar la
vanidad. Se de lo que hablo.
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